Las estaciones de mi alma
tienen impregnadas
el perfume de mi pueblo,
una rosa encendida
sobre sus calles de tierra
y rocas disgregadas
sobre los recuerdos.
Distraída la infancia
cambia sus verdes
y se funde sobre el tallo
macizo de cemento
al pie de la usina.
Se detiene
la luna sobre el río.
Un zurito silvestre
vuela enamorado de las tardes
que retienen en el tiempo
nuestras vidas.
No hay barcos sobre la orilla.
No hay barcos sobre la orilla.
Aún así,
siguen varados los sueños!Nací en ese pueblito demasiado pequeño, en la Villa del Dique Ameghino, lejos del ruido y las ambiciones de toda ciudad, llegué al mundo sin aparatos eficaces, tecnología y comodidades, solo por el coraje de mi madre, Clarita, elogiable mujer de pensamientos enriquecidos con las mejores cualidades, humildad, sencillez, bondad y un sentimiento de amor muy profundo tantas veces no exteriorizado.
Mis padres, muy jóvenes los dos lucharon incansablemente, con mucho esfuerzo, con tesón y una energía inagotable de fe para salir adelante, para que la pobreza no se instalara en casa y derribara tantas ilusiones.
Ahí nací, un 17 de Septiembre, en esa magia de pueblo chico.
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