Disfruto muchos momentos con mi padre, tal vez cuando éramos
chicos, estaba tan ocupado en traer el mango a mi casa que no nos dio tanta
bolilla, pero eso no lo
hizo un padre ausente, al contrario, crecimos a su lado y nuestra niñez junto a él fue como transitar senderos de la mano de la confianza.
Entretanto oímos sus anécdotas de vida tantas
veces, que calculo sus hazañas se han triplicado por mil, pero ahí está, el
corajudo que atrapó pumas,
el lechero del Dique, el vendedor de revistas, el de los hornos de cal, el que
juntaba algas a pesar del frío, el campesino, el minero, pero por sobre todas
las cosas, mi viejo, el hombre que siempre está cuando lo necesito; protesta, censura y porfía
aunque no tenga razón, el que enfatizó mis genes, el que los domingos hace los asados como nadie…mi
ídolo, mi viejo!
Recuerdo sus horarios de trabajo como si fuera ayer, una sirena lo esperaba a su empleo en la fábrica,
cumplidor y dedicado por naturaleza, dejo su vida a una empresa que jamás lo
valoró, deuda eterna de los jefes en la mayoría de los casos, pero nosotros
hemos visto su rostro cansado en cada jornada, pasaron sus años, hoy jubilado, con
el paso más calmo, los huesos quejumbrosos y su rostro descansado, es en su hogar, es el patrón satisfecho.
Mi
padre habla de fútbol,
política, pelea con sus nietos y viaja seguido luego de algunos vinos, y
nosotros somos los espectadores de todas sus proezas, porque es admirable,
porque gracias a Dios podemos disfrutarlo, porque nos conserva juntos, porque
aún nos da lecciones de vida, porque es
único, ¡“Te quiero, PADRE mío”!
(Escrito a mi Papá MARIO SALESKI Junio del 2012.-)