Yo sé que la paz es un duende, con alas poderosas y milagros nuevos. Asiste callada desde el infinito, perdura en el tiempo y deja quererse sin fingir que los instantes son supremos, lo primordial es permanecer para reparar corazones quebrados en medio de la nada.
Se acomoda en silencio a mi mesa, se nutre de fe y procura llenarse de esa esencia divina. Corre por mi casa como si la conociera desde siempre, cada circunstancia y cada consecuencia tiene que ver con la vida. Tiene las manos blancas y transparente el alma, posee una música interior que cuando Dios está contaminado de tantas injurias ella solo se posa en su regazo y alivia su pena.
La magia de su hechizo se pronuncia en un estallido del cielo, sin miedo alguno, y yo regreso con ella al fondo de mis lunas, a los remansos de mi río, luego, se contornea sobre la cintura de pueblos vacíos, desvelados en el horizonte de sus iras, ella puebla las sombras somnolientas y se conmueve ante caras perseguidas de dolor, es una barca intacta en la penumbra que amarra vidas desgraciadas y como un pájaro dolido gime e intenta sobrevivir. Es una privilegiada que imparte valor y serenidad, no pelea codo a codo con la guerra, permanece inmune a sus dardos. El poder de su luz es inmensurable cuando se proyecta sobre senderos plagados de fusiles y como río tormentoso desemboca en el lago de la quietud, la equidad y los campos inertes se transforman en flores y su cauce retorna a sus parques verdes, al canto melodioso de gorriones.
Hace tratados solitarios con los jazmines de mi pueblo, es una enamorada de las costas de mi infancia que apaciblemente juegan en mis recuerdos y reconcilia viejos pleitos con mis hermanos, por eso me vuelve vulnerable y amarra mis sueños.
Pacíficamente se viste de blanco, sus pies corren como arena en desierto, sedienta, para ensayar la armonía de mediar el bien del mal. Su deseo de vivir es constante y lucha por esta humanidad afligida y avasallada.
A veces la encuentro sentada sobre los bordes de la noche cuando se esconde para custodiar a ese niño indefenso, con los pelos sucios y los pantalones rotos. Suele caer una lágrima de su cara, cuando es relevante la soledad, tiene la porfía de mirar cada detalle y a veces se pierde en la morada de lunas salvajes, en la frialdad de calles ajetreadas y compone de esperanzas las alarmas cundidas de espanto. Canaliza el amor y aunque lleve medio siglo la lucha, no se pierde en el intento, porque está hecha de fortaleza y perseverancia, así alcanza la victoria de sus pasiones y constituye de verdades todos sus logros. Es curioso el modo que tiene de propagarse, se entrega íntegra y fuerte a la civilización, no hay cuotas de arrepentimiento en su accionar, es una dama dadivosa que no decae nunca, se prende a la vida y se aferra a ella como única muestra de sus actos. Su materia no se quebranta, deambula descalza por el mundo sobre cornisas aceradas y suelos espinados, aun así, siempre sus objetivos culminan en la cima del éxito, aunque una mañana despierte decaída cuando las llagas de la guerra agonizan. Entonces consuela las lágrimas que precipitadamente vuelven del ocaso y no abandona ni desvía sus intereses cuando los males se desmayan en el umbral de su casa, de amores está protegida y aferrada a los vínculos sagrados de Dios. Su única ley es prevalecer perspicua y bondadosa, para darse a esta raza humana que quiere calmar sus dolores, cerrar heridas y edificar un mundo donde no imperen las guerras, donde se constituya la dignidad y se conjugue la palabra vivir, para habitar una sociedad justa sin renunciamientos, donde la nave no quede encallada en la resignación de algunos y la miseria de otros, que no sea un espantajo del horror, sino el bálsamo que cierra y cicatriza las penas.
El talento lo lleva en la sabiduría del alma y como un sacerdote prestigioso se instala por el mundo con buenos augurios. Su profecía es fácil, está inspirada en la simpleza de amigos que vuelven a escucharse, en la caída de una estrella que se desprende del cielo y muere en mis pupilas, en el sosiego de la noche, en mi canción favorita, en Dios. Por eso sostiene los sueños felices y se prende a la ilusión, a realidades y en la rambla de sus dudas se pasea airosa, cuando al cerrar los ojos siente que no hay disparos. Entonces, yo me abrazo a sus pies y vuelvo a reanudar mi lucha cotidiana… Ella silenciosamente, continúa mediando por la humanidad y está en paz con el Creador!
Norma.-